El Hermitage, pertenece a la Edad de Oro de los Restaurant Show. Su privilegiado local en 15 de Agosto y Segunda, con su moderna estructura, su imponente entrada y su amplio salón permanecen casi idénticos e intactos como mudos testigos de la pasada opulencia que cuenta historias de miles de turistas que venían atraídos por espectáculos folclóricos como la danza de la botella. Pero hay toda una historia detrás.
El Hermitage ya era un restaurant de éxito cuando se encontraba sobre la calle Yegros entre Manuel Domínguez y Fulgencio R. Moreno, a una cuadra del diario ABC Color. Pero tal cual como fue conocido después, fue obra de un disciplinado y dinámico empresario: Rigoberto Ramírez quién allá por 1965 se quedó con el local como parte del arreglo de una deuda. Pronto Rigoberto impuso su sello e hizo del Hermitage un verdadero show.
En 1970 el Hermitage se mudo a 15 de Agosto casi Segunda donde había un predio con varios niveles y con abundancia de plantas, a más una construcción precaria. Se hicieron reparaciones en el salón y los jardines, pero pronto el local quedó chico y para 1975 se construyó un ambiente mas amplio con escenario que luego fue climatizado. El restaurante servía cocina internacional y comida nacional. En los jardines también fue habilitada una parrilla.
El local atendía de lunes a sábado y sólo en horario nocturno. En los primeros años de haberse ubicado en 15 de Agosto, el Hermitage llegó a abrir como un salón comedor al mediodía y como salón de té en horas de la tarde. Con el tiempo sólo quedó habilitado el servicio de la noche.
El fuerte del local era la concurrencia de los turistas. Por las noches, podía apreciarse una cola de ocho a diez ómnibus de turismo estacionados en los alrededores. Venían de casi todos los países vecinos, pero los que más abundaban eran los brasileños y los argentinos. En menor medida los uruguayos. Los turistas pagaban el servicio del restaurante con vauchers que les proporcionaban los organizadores de los tours, ya en los puntos de origen. Rigoberto Ramírez, cada mes, viajaba a Argentina, Brasil y Uruguay para efectivizar esos vales.
Los clientes extranjeros del Hermitage venían atraídos por el espectáculo artístico que ofrecía, especialmente los de carácter folclórico y en donde la estrella del show indudablemente era la tradicional Danza de la Botella. El Hermitage tenía un ballet estable que inicialmente fue dirigido por Susy Sacco y posteriormente quedó a cargo de la profesora Carmen D´Oliveira y Silva. Poseía una orquesta establece que adquirió el pintoresco nombre de Los Tres para el Puchero y estaba integrada por Hugo Loncharich, Rubén Ortíz y un tercero conocido por Cala.
Por su escenario desfilaban los más notables músicos folclóricos de la época, con especial mención de las cantantes Betty Figueredo, Gloria del Paraguay y Marizza, la reina morena de la canción, Los Signos. Recibió también a importantes artistas internacionales entre los que recordamos al legendario Jorge Cafrune, quién vino en tres oportunidades y a su compatriota Jorge Porcel. Vinieron en alguna oportunidad bailarinas del Oba Oba de Brasil, y odaliscas de Argentina.
Pero los vientos cambiaron y el turismo de placer y entretenimiento que tanto gustaba de los espectáculos como los que brindaba el Hermitage se convirtió en turismo de compra. Los visitantes llegaban al país atraídos solamente por los precios de la electrónica. Los salones del restaurante dejaron de rebozarse de turistas y el público local era insuficiente para mantener el negocio en niveles de bonanza.
El Hermitage nunca se cerró por cuestiones económicas. Pero su propietario tuvo que optar por oportunidades de mayor rendimiento y así ganó una licitación para administrar el comedor de ACEPAR que demandaba gran cantidad de esfuerzo y tiempo. Rigoberto Ramírez sigiuió manteniendo en actividad el Hermitage, que nunca dejó de tener shows artísticos, pero en 1987 cerró definitivamente sus puertas.
El negocio en ACEPAR resultó mucho más lucrativo para Rigoberto Ramírez quién sobrellevó esa actividad durante más de 10 años. Su idea era reabrir alguna vez el restaurante pero nuevas oportunidades demoraron aún más la decisión. Recibió varias propuestas para reabrir el Hermitage pero nunca quiso asociarse a nadie, ya que su eterno brazo derecho fue su esposa Andrea Alvarez. De ACEPAR, Rigoberto Ramírez pasó a explotar la cantina del campus de la Universidad Católica y la idea de reabrir el Hermitage tuvo que esperar aún más.
Y cuando el negocio gastronómico dio un salto sorprendente en la ciudad, el matrimonio propietario del Hermitage se había llamado a un merecido descanso a instancias de una vejez desde donde pueden mirar con orgullo la indeleble marca que dejó el restaurante en la historia de la gastronomía asuncena.
* Los datos y las fotos para esta nota fueron proporcionados por Rigoberto Ramírez, hijo, cuya deferencia agradecemos sinceramente.