Desde hace ya algunos años, los locales gastronómicos en nuestro país, comenzaron a emitir el mensaje de que ellos no ofrecían productos o servicios, sino que brindaban una experiencia. Es decir facilitaban que el cliente disfrute una serie de sensaciones que hacían que su estancia sea agradable y quisiera repetir la experiencia. Así ocurría tanto con restaurantes, bares, cervecerías y después todos entraron en esa onda hasta las cafeterías. Gastronomía era sinónimo de experiencias.
Con lo cual, en el caso de los restaurantes competían con lo principal: la comida. Lo primordial muchas veces recaía en el entorno, en el medio ambiente gastronómico. La decoración, el equipamiento, las luces, la música, el servicio y en cómo todo eso se compaginaba en un conjunto. A esos criterios respondían sitios como Luna 21, Taj, Pozo Colorado, Johnny B. Good, Joshepine y muchos otros.
La presentación de los platos llegaba a tener el nivel de una pieza decorativa y eso generó la discusión acerca de si la gastronomía era o no un arte. El mundo del vino mucho antes entendió esta nueva tendencia y convirtió la experiencia de beber, en ritos y ceremonias. Los cerveceros no quisieron ser menos e inventaron el “perfect serve” y no se quedó atrás la coctelería en donde los bartenders tienen su discursito (speech) para ilustrarte acerca de los tragos clásicos o para explicar el origen cuando se trata de cócteles de autoría propia.
La gastronomía es también una importante actividad social. No en vano, es uno de los temas del que más se habla en las redes sociales. Alrededor de la mesa de los restaurantes se reúnen ejecutivos, amigos, parejas, familias siempre con algún motivo extra al de simplemente alimentarse. En fin, cualquiera sea la circunstancia, se trata de pasarla bien, disfrutar de un momento agradable, ajeno a las preocupaciones de la vida diaria. Y una mesa bien servida, ayuda mucho para conseguir ese objetivo.
Todo esto se perdió con la pandemia. Hoy los restaurantes están abiertos de nuevo, uno puede ir a comer y beber, satisfacer esas necesidades básicas, pero es difícil disfrutar en ellos de una agradable experiencia. No da el clima social y es difícil que uno se sienta a sus anchas. Hay también una inexplicable reticencia a cumplir con algunas de las exigencias del protocolo sanitario. No quieren anotarse previamente, se oponen al uso del tapabocas. Y no es que estén en contra. Tal vez sea eso que nos dijo Augusto Vera, propietario de Paulista Grill, estas medidas son “una argelería”. Pero hay que cumplirlas.
Si se suma la crisis económica producto de la pandemia, el lógico temor ciudadano a contraer el Covid 19 y la falta de esa sensación que nos permite disfrutar de una “experiencia gastronómica” tenemos por resultado un cuadro desesperanzador para los restaurantes. La demanda ha caído estrepitosamente y la reapertura no significó lo que esperaban. Y no tiene visos de solución en el futuro cercano. Nadie puede vaticinar cuando será el final de esta situación.
Tal vez dentro de dos años. Por alguna razón, Rodolfo Angenscheidt dijo hace tres meses que iba a cerrar Tierra Colorada por dos años. Reabrió en la tercera etapa de la cuarentena inteligente y dicen que alguien le dijo: – No era que ibas a cerrar por dos años. – Claro, esto no es Tierra Colorada, contestó el Chapori. Su restaurante tiene capacidad para 60 personas, ahora solo habilitaron 30, pero no llegan a llenar siquiera eso. Lo que en realidad dijo entre líneas fue que la alta gastronomía iba a tardar ese tiempo para recuperar lo que había sido. Esa más o menos fue una opinión generalizada entre los grandes chefs internacionales.
Lo de los dos años también se puede enlazar con esa visión de que en ese plazo recién la economía paraguaya podría estabilizarse y recuperar su ritmo de crecimiento. Además es uno de los plazos, entre los tantos que se manejan, en el que se calcula que estará disponible una vacuna segura y probada contra el Covid 19. Ojalá que mucho antes llegue el tiempo en que nuestros bolsillos recuperen el oxígeno que necesitan, y logremos una inmunización contra ese enemigo que ha cambiado nuestras vida. Y que renazcan las ganas de ir a disfrutar de un bocado, una bebida o tan sólo un momento en esos lugares tan llenos de experiencias.