La última edición de Masterchef se convirtió en un novelón sentimental, donde abundaron las lágrimas. La mayor parte del programa se destinó a conocer las tristes historias de los concursantes y hubo poco espacio para lo que realmente importa: la cocina. Inesperadamente, se eliminó Erika Sganzella, la cirujana plástica brasileña que pintaba para algo más. Y como ya es una costumbre, Doña Herminia se salvó otra vez milagrosamente.
Todo comenzó con la prueba de la caja misteriosa. Cada participante tenía una y dentro de ella encontraron objetos, fotos y recuerdos de sus vidas. Y comenzó el festival de lágrimas. Trajeron del recuerdo a los padres y esposas, vivos y ausentes, hermanos, hijos, parientes, experiencias de vida. La presentadora y los miembros del jurado se encargaban de azuzar a los concursantes incentivándolos a contar las cosas más tristes, pero nada que encajara con el tema central del programa, la gastronomía. Hubo abundantes encuadres de primeros planos para certificar que casi todos se pusieron a llorar. Esto forma parte de la mecánica del programa por lo que no está mal apelar a este tipo de emociones.
Pero. Dedicar 45 minutos de programa a este segmento fue muy exagerado. Mientras, la cocina esperaba su turno. Lo anterior venía a cuento porque el primer desafío para los cocineros consistía en que debían preparar el plato que con más felicidad recordaban. Y como el tiempo del programa lo consumió el novelón sentimental se dedicó menos de 10 minutos a resolver el desafío. El mejor plato lo preparó la joven Isabel Krause pero lo que se vio en la pantalla no permitió al televidente distinguir cuál fue la receta que preparó y cómo lo hizo. Ah, pero todos, seguro que recuerdan que de niña ella tenía un peluche que era su mejor amigo.
Masterchef sigue en deuda con la gastronomía, con la cocina propiamente dicha. Y tras siete ediciones emitidas todavía no encuentra el rumbo. De ahí es que tal vez se haga hincapié en lo emocional antes que en lo profesional. Porque lo profesional está plagado de errores, la mayoría de ellos elementales. Anoche se tuvo una nueva prueba de ello. El desafío de la eliminación consistía en preparar Tallarín con Pollo, con la condición de que la pasta sea artesanal. Casi casi cero dificultad, a excepción de la pequeña traba que podría representar la elaboración de los fideos.
Estaban en capilla, Luis, Alan, Diego, Joseph, Arcenio, Erika y Herminia, la favorita para la eliminación. La mayoría se empantanó con la pasta. Aun así debería ser una prueba donde nadie debe eliminarse, donde el jurado tendría que tener dificultades para discernir a qué concursante dejar afuera. Seguramente que la mayoría pensaba que le llegó el turno a Doña Herminia. Ella misma se encargó de decir “acá me voy” e incluso reconoció cuando Torrijos probaba su plato que “no quería que se meta en la boca. Pobrecito, me siento re mal porque ese fideo gordo parece gusano”.
El programa recurre muy bien a las emociones cambiantes a las contradicciones incluso a las sorpresas. Y sorpresa fue el anuncio de que Erika era la eliminada y que una vez más Herminia salvaba su cabeza. No se pone en duda la decisión del jurado. Sólo que no se vio en pantalla, por qué exactamente se tomó la determinación. Presumimos que ambas hicieron mal la pasta pero que Herminia elaboró una salsa más sabrosa. Pero esto hay que mostrarlo, no sólo declararlo. Inclusive con abundancia de detalles porque ahí está la riqueza de un programa basado en la gastronomía. Tal vez el bajo nivel culinario obliga a centrar el interés en lo emocional. Pero a este ritmo y contradiciendo a la presentadora estamos lejos de conocer al mejor cocinero aficionado del Paraguay. Tal vez al menos peor.