El incidente que involucró a Juan Ernesto Villamayor, Jefe Civil de la Presidencia de la República, el sábado a la noche en el interior de un restaurante de la capital, pone nuevamente sobre el escenario el papel que juegan los locales gastronómicas en esta forma de protesta pública, que conforme a los datos que hemos podido recabar se trata de una práctica que no se da en todas partes y que tiene a Asunción como epicentro.
El escrache es una manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la Administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir. Esta es la definición de la Academia Española de la Lengua. Y uno puede fijarse que menciona que la protesta se hace frente al lugar público. No precisamente dentro, como sería el caso que ocurrió el sábado en Maurice, en el Paseo de La Galería.
El término y la práctica se popularizaron en los años 90 en la Argentina, para referirse a las manifestaciones organizadas frente a los domicilios de los procesados por delitos cometidos durante la dictadura que habían sido puestos en libertad. Después se extendió a otros países y aquí incluso se formó hace unos pocos años, una Comisión Escrache, que lleva adelante estas protestas de manera organizada.
Pero mucho antes que esto, los restaurantes ya habían protagonizado uno de los escraches más originales e históricos y que incluso tuvo una alta repercusión internacional. El 15 de noviembre de 2013, Toti Resquín, propietario del desaparecido Un Toro y Siete Vacas colgó en la puerta de entrada de su restaurante un cartelito que anunciaba que no iban a recibir los senadores que en aquel entonces rechazaron el desafuero del senador Víctor Bogado por el caso de la niñera de oro.
Toti no esperaba siquiera que la iniciativa pasara a mayores y sin embargo gran cantidad de restaurantes y bares apoyaron y se sumaron a la medida. Esto llamó la atención de la opinión pública internacional. La medida está amparada en esa norma no escrita que establece que “el local se reserva el derecho de admisión”. La práctica fue evolucionando hacia otras formas donde el escrache es a la vez una expulsión como la ocurrida el sábado con el ministro Juan Ernesto Villamayor.
El 8 de febrero del 2014, el diputado José María Ibañez, fue escrachado en el interior del restaurante O Gaúcho y tuvo que abandonar el local ante la presión. También estaba acusado por un caso de corrupción similar al de su colega legislador Víctor Bogado. Ibañez, tiempo después presentó renuncia a su banca en la Cámara de Diputados ante el peso de las acusaciones formuladas en su contra.
Hubo escraches similares contra Enrique Bachetta, Oscar González Daher e incluso la diputada del PRLA, Esmérita Sánchez, tuvo que retirarse de un restaurante en los primeros días de mayo del 2019 debido a los abucheos después de haber salvado del juicio político al ministro de la Corte, César Garay Zuccolillo. Mirtha Gusinsky también recibió un trato parecido.
No vamos a entrar en detalles acerca de la justificación o no de protestas como éstas. Lo cierto es que son manifestaciones espontáneas, que prima facie, parecen que no están programadas como las que se hacen en la vía pública con convocatoria especial. Todas reclaman la lucha contra la corrupción y un mejor accionar de la justicia. Y por lo que se ve en ese momento, los escrachadores casi siempre están apoyados por el resto de los comensales y exigen que el sindicado abandone el local, no sabemos si es para continuar tranquilamente con su actividad gastronómica o porque comparten las consignas de la protesta.
La situación pone en un aprieto a los propietarios y los responsables de los restaurantes. Porque tanto escrachadores como escrachados son parte de la clientela. Además en estos momentos de crisis del sector no pueden darse el lujo de rechazar clientes. Oliver Gayet, presidente de la Asociación de Restaurantes del Paraguay (ARPY), abogó porque “los escraches se realicen en lugares públicos, en la calle o en la vereda, no en el interior porque mucha gente va los restaurantes a disfrutar de un buen momento y no la pasan bien. Y a veces pagan mucho dinero”.
Fue muy claro al señalar que no pueden participar ni mediar en los incidentes pero que no van a permitir que una persona que no es cliente entre al local para realizar el escrache. “Muchas veces ya hemos lidiado con este tipo de escraches, sobre todos los de naturaleza sentimental, cuando un hombre o una mujer sorprende a su pareja con otra persona. Se producen verdaderos escándalos”, dijo. Y finalmente recalcó que el incidente como el sucedido el sábado puso de manifiesto que en esas circunstancias se dejan de lado todas las normas del protocolo sanitario cuyo cumplimiento estricto los restaurantes se encargan de cuidar.