Cada capítulo de MasterChef nos pone ante la evidencia de que los participantes conocen muy poco de la comida típica paraguaya. Los platos más simples son casi una dificultad insalvable. Pero eso, es la manifestación de una realidad mucho más amplia que revela el poco grado de cultura gastronómica propia que tiene nuestra población. Anoche, se despidió del programa Mauricio, alguien de quien se esperaba una prolongada participación. Pero reprobó a la hora de preparar un soyo con tortilla.
Uno de los conocimientos, de las tradiciones y de las costumbres que más fácilmente se transmiten de generación en generación, es el de la cocina. Pero algo ha fallado en nuestra historia, nuestra cocina típica e incluso la cocina de tradición, fueron postergadas durante años, muchas veces sometidas al olvido, o por lo menos a la desvalorización.
Y ahora que nuestra ciudad experimenta un auge inusitado en la gastronomía, puede fácilmente notarse que lo paraguayo está visiblemente sobrepasado por lo extranjerizante. Hay poquitísimos restaurantes dedicados a la comida típica. Abundan, peruanos, mexicanos, japoneses y chinos, etc. Incluso, hasta hace pocos años, los institutos y centros de enseñanza no incluían en sus programas la cocina típica paraguaya. En estas condiciones no se pueden esperar buenos resultados.
Esta es la realidad que nos devuelve MasterChef. Aficionados a la cocina que no tienen afición a la comida típica paraguaya. Como la mayoría de los concursantes son jóvenes, al parecer no hubo ese traspaso generacional que en otras culturas se produce casi por ósmosis. Un cocinero debe conocer la cocina del lugar donde procede, como bien lo dijo José Torrijos, uno de los miembros del jurado. Este concepto hay que mamarlo desde pequeños. En algún momento se soltaron los hilos de la historia.
No es de extrañar que los dos participantes de mayor edad, Don Arcenio y Doña Herminia sean los que mejor se desempeñan a la hora de cocinar algo nuestro. Están conectados a la historia gastronómica del país. Y es más, suelen salir airosos en aquellos desafíos que los enfrentan a recetas desconocidas, gracias a una cualidad que es toda una tradición de nuestra cultura culinaria: el po he. El sabor paraguayo.
Curiosamente, ambos son los que encabezan el ranking de los participantes que deberían eliminarse de MasterChef, según se puede testear en las preferencias que se expresan a través de las redes sociales. El hecho de que sean los que más conozcan de nuestras costumbres culinarias no les otorga mucho crédito en la consideración de los televidentes. Nadie apuesta a que uno de ellos sea el ganador. Aunque estén al mismo nivel que los demás participantes. Quizás esto sea producto de esa especie de “colonización gastronómica”, que tanto ha relegado a la cocina paraguaya. Y es que Herminia por falta de simpatía y Arcenio por falta de presencia, no representan esa imagen cosmopolita que se espera de un MasterChef.
Anoche, el desafío que tenían que cumplir los ocho participantes que fueron a la ronda de eliminación era: Soyo con mandioca y tortilla. Lo que dijo Rodolfo Angenscheidt al iniciar el juzgamiento de los platos, resume todo lo ocurrido: “Me quedé otra vez con las ganas de comer un buen plato que provengan de nuestras raíces”. Y el público se quedó con las ganas de verlo. Ver el buen plato y verlo comer al Chapori. Fue un poquito lapidario, pero realista, cuando dijo a los participantes que aún no podía llamarlos cocineros, “tal vez zapateros, principiantes, aficionados”. Pero suavizó luego sus expresiones al reconocer que “necesitan practicar dos veces más”, para que puedan preparar un buen soyo. Al final, Don Arcenio estuvo entre los que prepararon el mejor plato, y a Doña Herminia le alabaron el sabor. Se fue Mauricio, uno que tenía pinta y simpatía para llegar a MasterChef, pero quizá el suyo haya sido uno de los cables sueltos que lo conectaban a nuestra tradición culinaria. MasterChef nos pone ante la evidencia y urge hacer algo para revalorizar nuestra gastronomía.