Cerró sus puertas el restaurante que inauguró un nuevo concepto de parrillas en Asunción. El primer local que adoptó un nombre poco común para entonces. Hace doce años. Se convirtió en un ícono, al punto que cuando puso a vender sus pertenencias, la gente iba a comprar artículos para tenerlos como recuerdo. El momento poco propicio que afecta al sector gastronómico se cobró una víctima que dejó un paso imborrable.
Su aparición fue deslumbrante. Fueron los pioneros en hacer una parrilla paraguaya a la carta, de buena alcurnia. Al estilo rioplatense, con cortes novedosos, con carne de primera. Y con un ambiente elegante, y con un servicio cuidado. Fue una sensación. Y con un nombre llamativo, que evocaba una gesta histórica. La llegada de los primeros animales vacunos a esta parte del continente venidos desde España, en la época de la colonia: Un Toro y Siete Vacas, lograron sobrevivir en la azarosa expedición.
Cuando se ubicaron en Lillo esquina Malutín fueron los pioneros y la esquina aún no pintaba que se iba a constituir en un centro neurálgico y en un catalizador comercial, sobre todo de la noche asuncena. El local tenía asientos para 240 personas, atendía de día y de noche, siempre lucía ocupado y no había problemas para estacionar en los alrededores. No tenía casi competencia, haciendo la salvedad de que los churrasquerías brasileñas apuntaban hacia otro target del público. Durante dos meses hubo gente haciendo cola para ingresar al restaurante.
Pero los tiempos cambian. Y quién mejor que Toti Resquín, su propietario, para hablarnos de los nuevos vientos que soplaron. Y lo hizo con una notable sinceridad porque no todos los empresarios del rubro se animan a asumir los momentos amargos. Se lo sentía triste y contento a la vez. “No aguantamos más”, dijo en una oportunidad pero al mismo tiempo reconocía que se iban con la conciencia del “deber cumplido”.
“Todos sabían que el Toro trabajaba muy bien, y salieron proyectos similares al nuestro, se volvió casi viral”, recordaba Toti. Las opciones para comer una buena carne a la parrilla se multiplicaron. Y además la carne paraguaya comenzó a adquirir quilate de producto Premium y un artículo de alta gastronomía. La mayoría de los restaurantes incluyeron en su carta platos con cortes como bife de chorizo, ojo de bife, tapa cuadril, etc, y la presión de la competencia fue en aumento. Ya no eran los únicos en el mercado, pero fueron los que abrieron el camino.
A esto se sumó el hecho de que la esquina donde estaban comenzó a poblarse de comercios y de locales gastronómicos y todo el sector de Carmelitas se convertía por la noche en un polo de atracción. Había pocos lugares para estacionar. Hoy en día encontrar uno en horas picos, al mediodía y la noche, es una verdadera odisea.
“No estábamos ajenos a que esto iba a ocurrir. Hace un tiempo que nos preocupaba la gente que teníamos. A eso se le sumaron todas las otras cosas que no tuvimos otra opción. No estamos llorando pero lastimosamente sufrimos el embate. Pero es la informalidad lo que reduce a la clientela. La gente no tiene problemas para ir a un local que no cumple las reglas. Nos da pena la injusticia que ocurre. El INAN nos visitaba periódicamente, exigiendo que hasta los cocineros tengan uniformes, bonetes, mientras que hay locales que no tienen seguridad alimentaria ni higiene en los baños. No tienen control y por ende no pagan absolutamente nada. No están preocupados en cumplir estos requisitos y pueden ofrecer un producto similar al nuestro a mitad de precio. Todo esto atenta contra los que están trabajando reglamentariamente”.
“Sin posibilidades de seguir comenzamos a entrar en un torbellino de gastos de personal, de gastos fijos, de insumos que no se pueden reducir. Teníamos altos con un personal con más de 10 años de antigüedad. Hicimos de tripas corazón para cumplir con todos y la salida más conveniente fue la de cerrar y llegar a acuerdos con el personal y con los proveedores. Todos están pagos, no tengo deuda de ninguna naturaleza”.
Pusieron a la venta todos los artículos del restaurante. Se vendieron casi todo lo que tenían, incluso las mesas y las sillas. A la hora de esta entrevista solo quedaban las grandes heladeras. Toti contaba que la gente compraba algunos productos para llevar como recuerdo, como por ejemplo, la mantelería con membrete. Hubo incluso quién quiso comprar el letrero el local, pero eso no estaba a la venta. “Me llena de orgullo”, expresó.
También es motivo de orgullo un hecho histórico protagonizado por Un Toro y Siete Vacas. En diciembre del 2013 el restaurante colgó en su puerta un cartelito de NO ADMISION para los senadores que en aquel entonces se opusieron a que el legislador Víctor Bogado sea desaforado por un caso de corrupción. El hecho se constituyó en viral y una gran cantidad de locales gastronómicos copiaron la actitud de Un Toro y Siete Vacas.
Toti Resquín, devenido a restaurantero casi por casualidad, es arquitecto de profesión, actividad que ahora ocupa la mayor parte de su tiempo pero es músico por vocación. Desde joven integró reconocidos grupos musicales en su calidad de cantante. Y como tal, ya en sus años maduros formó parte de una la agrupación La Música que Nos Gusta. De ahí, es que se especula, que el restaurante pase a convertirse en un Café Concert considerando que todavía tienen alquilado el local por varios años más. Toti sin embargo prefiere que la idea adquiera madurez antes de lanzar esa idea. Tampoco está ajeno a que la marca pueda venderse o que en el futuro pueda reabrirse en otro lugar. “Ya no somos tan jóvenes”, dice como una excusa para no entusiasmarse demasiado con esas posibilidades. Pero a la vista, de esas inquietudes, antes que Adiós preferimos decir Hasta Siempre Un Toro y Siete Vacas.