El ambiente era como el de un restaurante de alto nivel. Mesas y sillas de primera calidad. Un lugar espacioso y distinguido. Sin señales de humo ni olores. Una carta amplia y satisfactoria. Pero sin que el nivel de bebidas estuviera a la medida de lo gastronómico. Temperatura ideal, un poco de estridencia en el sonido. Pero lo esencial, es que faltó calor humano. Entendido como la multitud que siempre se espera que exista en una feria, como estas.
Los organizadores de Ñam ya habrán hecho las primeras cuentas y a todas luces los números no cierran. Esperaban más concurrencia. Y siempre en esta circunstancias aflora la famosa frase “fue todo un éxito… pero”. Para los comensales, que no teníamos la preocupación del «debe y el haber» fue todo un éxito sin peros. La concurrencia fue suficiente y conveniente, como para que uno no tuviera que formar fila a la hora de servirnos los platos y sobre todo a la hora de encontrar un lugar libre para sentarse.
La elección para la realización del evento fue acertada. Amplia, cómoda y elegante. En un lugar muy accesible (Paseo La Galería) y con suficiente espacio de estacionamiento. En el salón, los stands estaban dispuestos ordenadamente alrededor, a la manera de las tradicionales ferias, con acceso a un sector externo donde estaban ubicadas las cocinas. En el centro, se colocaron las mesas y sillas para los comensales, muy a la manera de las fiestas de bodas, bien ornamentadas, con detalles decorativos que nunca pudimos apreciar en eventos gastronómicos de la misma naturaleza. Estéticamente todo estaba en su lugar.
Gastronómicamente, no estaba previsto que algo fuera a deslumbrar. Fue la oportunidad para reconfirmar la capacidad y profesionalismo de los que militan en las filas de la alta cocina. Y para descubrir que muchos de aquellos a los que uno no le otorgaba todos los atributos para jugar en primera, tiene condiciones de satisfacer incluso a los paladares más exigentes. Hay lugar para muchas recordaciones y por más que tuvimos dos días de tiempo como para degustar 80 platos diferentes, no hay capacidad para tanto.
Menciones hay varias. Justo entre los primeros –al entrar al salón- estaba esperando un ceviche cremoso, con piña caramelizada y cubos de papa rústica, presentado por Mburicao. A su lado, Maurice le hacía gran competencia con una bondiola asada 12 horas y macerada en miel picante con dúo de salsas a elección, mostaza a la antigua y un chimichurri de hongos. Era como para estacionarse en el lugar toda la noche y aprovechar que no había límites para comer. Pero todo un gran salón esperaba y nos fuimos a picotear por otros stands sin orden específico, sino simplemente atraído por la curiosidad.
Teníamos anotado –mentalmente- que debíamos probar el risotto Elena, el plato estrella de Le Sommelier. Era temprano aún y el plato no estaba listo. Una pequeña espera nos permitió probar el arroz en su punto en una excelente combinación con hongos, tomate y rúcula. Y ya que estábamos con el arroz, repetimos la experiencia de la paella de El Viejo Marino, para confirmar que se trata de uno de los favoritos de la ciudad. Siguiendo con la onda arroz, Negroni llamaba la atención con sus combinados Batayaki y justificaba por qué a la hora del sushi es uno de los preferidos.
Había varias propuestas de pastas y el recorrido nos permitió distinguir que casi todos los de ese sector presentaban platos con ravioles (no somos muy adictos a las pastas rellenas), así que decidimos desarrollar algo así como la ruta de los ravioles. Il Mangiare se destacó con unos ravioles de pescado al azafrán que sirve para desmitificar aquello de que las pastas caen pesadas. Era suavidad por donde se lo mirara. Un poco más contundente de sabor, Il capo con unos ravioles verdes perfumados con trufa, delicia. Después le llegó el turno a Vareñaki del restaurante Piroschka, un ravioli ruso con papas, cebolla, panceta y crema agria al vodka y limón. La mayoría quedaba mirando a ver si había alguna identificación del local y sobre todo preguntando dónde quedaba.
Ah, también hubo un raviolón sorpresa a cargo de La Cava (Villa Morra Suites). Todos preguntaban cuál era la sorpresa, nada se adivinaba mirando el plato. Era una masa blanca, cubierta con lonjas de queso parmesano, sobre una salsa transparente que terminó siendo un aceite de trufas. Cuando se hincaba el cubierto, ¡sorpresa!, una yema de huevo se derramaba en medio de la espinaca, la ricota y el queso sardo que rellenaba el ravioli. Sencillamente bien, textura, presentación y sabor.
Gastronómicamente Ñam cumplió con las expectativas.
Lo que no estuvo a la altura fueron las bebidas. Había agua, gaseosa, cerveza y vinos. La lista estuvo muy acotada. No hubo whisky ni espumante. Y entre las etiquetas de los vinos faltaban muchos de los mejores protagonistas del mercado. No faltó cantidad sino variedad. Resumiendo, para los que participamos de Ñam desde afuera, el evento fue todo un éxito. Los que tuvieron la responsabilidad de organizarlo, esperaron una mayor respuesta del público. Pero hay una semilla plantada y el compromiso de los directivos de la ARPY de convertir a Ñam en el mejor evento gastronómico.