Y no solamente en el sentido de esparcir abundantemente un líquido sobre una superficie. Sino también en el de que fue una noche de placeres, gastronómicos, claro está. La bebida se esparció casi hasta desparramarse, en las gargantas de los asistentes. Y cayó en terreno fértil ya que fue muy selecto el grupo de invitados. No era para menos, estaba presente uno de los propietarios de la afamada casa francesa.
Clovis Taittinger, director general adjunto y director de exportaciones de la Maison Champagne Taittinger visitaba por primera vez Asunción. Y Faisal Hammoud, propietario de Monalisa, quiso aprovechar su relación comercial y de amistad de varias décadas, con el heredero de una de las marcas más conocidas de champagne, como un motivo de gran celebración.
Justamente, el champagne es casi un símbolo de celebración. Está presente en los brindis y los festejos. Algo así, como al inicio y final de las fiestas. Pero en la ocasión que estamos comentando, estuvo presente en toda la noche. Ya que se trató de una cena maridaje, varios pasos, varios platos, varios champagnes. Incluyendo la joya de la corona.
El acontecimiento tuvo lugar en el restaurante Josephine de la cadena Talleyrand, que en esa noche fue nombrada embajadora de Taittinger. Estuvo presente un selecto grupo de invitados, integrado por clientes de Monalisa, amigos de la casa, empresarios, diplomáticos y especialistas en vino así como representantes de la prensa, entre los que nos ubicamos nosotros.
El ambiente así como la experiencia se inscriben dentro de los conceptos que encierran palabras como buen gusto y sofisticación. Clovis Taittinger y Faisal Hammoud festejaban un encuentro personal. Nosotros también, un encuentro personal, con algunas de las etiquetas de Taittinger “aunque sólo sea una vez en la vida”, como reza el eslogan que adoptaron para el Comtes de Champagne.
Hubo una previa, en el salón privado de Josephine, en donde los bocaditos gourmet de rigor hicieron de cama al Taittinger Brut, un champagne que ya delataba una incomparable calidad y fineza. Después de un breve acto respecto a los motivos de la celebración se pasó al salón principal del restaurante, cuyo servicio de cocina se esmeró en preparar platos dignos de casarse con el protagonista de la noche.
La entrada de camarones al limón y miel propició las segundas nupcias del Taittinger Brut. El primer plato de fondo Pato confitado con ragú de hongos, nos introdujo a un laberinto de sabores diferentes, más apasionados y profundos, ideal para compartir con Taittinger Prestige Rosé que a la potencia del boca le oponía, suavidad, delicadeza y un color que invitaba a una constante contemplación.
El siguiente paso, fue como un gran salto. Lo mejor de la noche, por partida doble. De comida y de bebida. Un surubí en costra de frutos secos, salsa de vino blanco, emulsión de papa trufada y frutos rojos, a primera vista parecía que se iba todo en enunciado y la aparente simplicidad de su apariencia escondía una profundidad gustativa que solo se podía alcanzar con una plena degustación. Una antesala perfecta para recibir lo mejor de la noche, el Comtes de Champagne Blanc de Blancs, el orgullo de la bodega (la joya de la corona). Un producto que para nosotros se describe en una sola palabra: delicia.
El queso Camembert con emulsión de dulce de batata, miel de caña y garrapiñada de almendras que vino como postre, ya casi pasó desapercibido. Su acompañante el Taittinger Nocturne, bueno como todo lo demás, nos sirvió para comparar e informarnos que Comtes de Champagne se compone de 100% de uva chardonnay cultivada en los mejores viñedos de la prestigiosa zona de Côte des Blancs. Utiliza sólo el sumo de la primera prensa y una pequeña porción de los vinos utilizados en la mezcla maduran en barricas de primer roble. Durante siete años se crían en las cavas. Una extraordinaria conjunción de calidad y tiempo.